Municipios
- Ademuz. Esa gran manzana que sabe a memoria
- Casas Altas. El ancestral santuario de la fecundidad.
- Casas Bajas. La mística de la piedra y el agua.
- Castielfabib. El gran baluarte en la cruz de los tres reinos.
- Puebla de san Miguel. La gran bóveda verde de Valencia.
- Torrebaja. El fértil cruce de caminos y torrentes, de culturas y simientes.
- Vallanca. La señora virginal de la sierra.
Ademuz. Esa gran manzana que sabe a memoria
En las estribaciones occidentales de la Sierra de Javalambre, se encuentra el municipio de Ademúz, el más poblado de una comarca ocupada, en gran parte, por una gran masa forestal que la convierte en un auténtico pulmón verde. Así, su término presenta una orografía accidentada, siendo su pico más alto el de Tortajada, con sus 1.516 metros. El Turia lo taja de norte a sur, configurando una amplia y fértil vega, cuyo principal cultivo es la manzana, especialmente la Esperiega, una variedad autóctona de gran calidad y renombre, que se caracterizan por su buena presencia, y porque aportan una dulzura y aroma únicos.
También hay que destacar junto a la agricultura de regadío y de secano, la actividad comercial y sus productos de artesanía y alimentarios (embutidos, repostería, turrones, etc.), que junto a los servicios y ocio, se unen al clima y al entorno natural, para configurar un destino turístico, sin duda, de primer orden. Por supuesto, a ello colabora también el extenso patrimonio monumental, tanto en la población como en sus aldeas (Sesga, Mas del Olmo y Val de la Sabina) o masadas (Altamira, Guerrero, El Soto, La Balsa o Las Veguillas de San Juan).
Un recorrido por la villa debería comenzar por la ermita de Nuestra Señora de la Huerta pues constituye el monumento más antiguo y emblemático, y es una de las joyas del románico valenciano. Podríamos continuar por el edificio histórico-artístico que más sobresale en el empinado y sinuoso entramado urbano, la iglesia arciprestal de “San Pedro y San Pablo”, construida en el siglo XVII, en la plaza del Rabal y que contiene, entre otros tesoros, un magnífico relicario de la Vera Cruz o la tabla de ascendencia flamenca la “Virgen de la Leche”, de Bertomeu Baró y datada en 1460.
Atravesando el portal de San Vicente, entraríamos en el antiguo casco medieval, intramuros, hasta llegar hasta la plaza de la Villa, donde se encuentran palacios como la interesantísima “Casa de la Villa”, con su característica logia, el antiguo “Almudín” o “Cambra Vieja del Trigo” o la “Casa Abadía”. Podríamos continuar por la calle Empedrado, por la calle Solano o por la cuesta de San Joaquín, para disfrutar en el entramado de la sublime arquitectura doméstica. Típicas casas de piedra, con portadas de arco de medio punto, magníficas rejas y balconadas de barrotes torneados. Así ascenderemos hasta llegar a las ruinas del castillo y de la ermita de Santa Bárbara, desde donde se puede disfrutar de una de las mejores vistas de toda la zona. Mientras iremos descubriendo rincones y edificios evocadores como la “Cárcel municipal”, construida en el siglo XVI o la ermita de “San Joaquín”, del siglo XV, que fue capilla del antiguo “Hospital de Pobres”; también los restos del antiguo horno, pajares como los de la Solana o lagares como el “Cubo de José el Maroto”, que también ha sido musealizado y que forma parte, como el antiguo “Molino de la Villa”, de una red de centros de interpretación que se distribuyen por toda la comarca y recuerdan el antiguo estilo de vida, en otra seductora ruta por todo este espacio encantador.
En el entorno de este Centro de Interpretación del agua, en la rivera del Bohilgues se encuentran elementos singulares como el Lavadero y la Fuente Vieja que forman parte de una red hídrica significativa, eficaz y muy bien conservada que se extiende a la ribera de otros torrentes como el Turia. Precisamente este Centro de interpretación , más el Cubo que hemos mencionado y la “Tejería de la Vega”, o sea, parte de este patrimonio preindustrial restaurado y conservado en Ademuz, junto con el de Sesga , recibió, en 2011, el primer premio “Europa Nostra”. En la aldea, concretamente, se distinguió la “Escuela-Horno-Barbería”, unido a otros elementos de gran valor etnológico como la tejería, dos hornos de yeso, o el conjunto hidráulico, con la fuente, el abrevadero, el lavadero, el batán, las acequias y el balsón. Aquí, encontraríamos también otros monumentos, destacando la “iglesia de la Inmaculada”, del siglo XVI.
Por otra parte, en Mas del Olmo, pedanía también a gran altitud y de caserío muy bien conservado, se ubicaría el “Museo del Pan”, junto a la iglesia de Santa Bárbara, otro edificio polifuncional con escuela antigua, Cubos, hornos de yeso y otras estructuras interesantísimas que se extienden hasta Val de la Sabina. Una localidad, también, de caserío fascinante, ejemplo de la arquitectura más auténtica del Rincón, con viviendas y pajares de lajas de piedra, machones de yeso y tabiques de mimbre. Entre los tesoros, que encontramos en sus calles, podríamos destacar la bella ermita dedicada a “San Miguel Arcángel”, del siglo XVI.
Estamos, pues, en un territorio singular que, sobre todo, destaca por su gran interés medioambiental, con senderos que atraviesan las montañas o rutas en las riberas como la del Bohilgues, donde aún sobreviven especies en vías de extinción, como las nutrias; un lugar declarado de Interés Comunitario de la Red Natura 2000. Un extenso y sosegado territorio, salpicado de sorpresas, como los numerosos yacimientos arqueológicos, como las ruinas de un castro íbero en Sesga o el de “La Celadilla”. Una gran necrópolis íbera, única en territorio valenciano por haber proporcionado huesos humanos, y una de las seis de todo el estado, ya que el ritual habitual de enterramiento utilizado por los íberos se basaba en la incineración.
Así mismo, completa este importante legado artístico y cultural el patrimonio inmaterial, conservándose ritos y festejos singulares como la “Feria de ganado de San José”, las celebres “Albadas”, las “hoguericas” de San Vicente, las fiestas “de la Asunción”, la “Virgen del Rosario”, “Santa Bárbara”, “San Miguel”, “San Pedro”, o “San Blas”, donde se reparte el “rollo” y el chocolate; también en la “Candelaria” se reparten cirios y “rollos de pan dulce” bendecido en la iglesia. Un territorio viejo para vivir nuevas sensaciones, un territorio que conserva, como la Esperiega, el dulzor de la memoria.