Municipios

Puebla de san Miguel. La gran bóveda verde de Valencia.

www.puebladesanmiguel.es

En las estribaciones de la Javalambre, se halla enclavado este municipio en cuyo término se halla la cota más alta de la Comunidad Valenciana, el Alto de Barracas, conocido también como “Pico Calderón”, de más de 1.800 metros. Un término de un importantísimo valor medioambiental en el que se extiende el “Parque Natural de la Puebla de San Miguel”, con una extensión de 6.300 Ha., lo que representa prácticamente el 100% del término municipal de esta localidad que ocupa el este de la comarca. Un territorio con relevantes recursos paisajísticos, como su red de microrreservas, de fuentes naturales, senderos, o árboles monumentales que forman extraordinarios bosques, como los de los parajes de “Los Pucheros”, el “Carrascal”; o las también centenarias sabinas de los parajes de “Las Blancas”.  Todo un tesoro medioambiental en el que no solo encontramos espacios hermosos como el “Pico Gavilán”, el “Vago de la culebra” o “El Mirar Bueno”, sino también joyas etnológicas como los elementos construidos en piedra en seco: ribazos, parideras, corrales, refugios o parapetos, entre otros.

Su casco urbano posee un caserío bien conservado en el que destacan, por su valor artístico, la iglesia “de San Miguel Arcángel”, del XVII o las singulares ermitas de “La Purísima” con su notable calvario y “San Roque”, en las proximidades. Además dispone de otras estructuras preindustriales de gran valor patrimonial, como la tejería, que se utilizó hasta los años cincuenta del pasado siglo; o lavaderos, como el de la “Fuente de los huertos”; o los dos “Centros de Interpretación” que se incluyen, junto a espacios similares, en una de las rutas más atractivas de la Comarca.

El primero de estas estructuras sería el Museo El Cubo, en el que se recuerda la tradición vinícola de la localidad, donde existían diferentes lagares como este circular en el que se pisaba y prensaba las uvas para obtener vino. Por otra parte, en la “Casa Cirujano-Barbero”, edificio anexo al anterior, se hace un recorrido por antiguos oficios hoy, en su mayoría desaparecidos. Vestigios de un modo de vida que se fue, el antiguo estilo de vida autóctono y la memoria colectiva del área rural. En él se repasan las faenas agrícolas, ganaderas, la explotación de los bosques, la caza o la tradicional recolección de la miel.

Precisamente, en el municipio, que, además, alberga otros espacios culturales como la sala de exposiciones del Antiguo Ayuntamiento o el Archivo Histórico, que guarda documentos desde el siglo XV hasta la actualidad, todavía existe algún oficio de esos en peligro de extinción, como el de alpargatero. Una artesanía que aprovecha los recursos materiales del entorno  y que fue, como la del mimbre, muy practicada en esta zona. Así, se realizaban canastos, caracoleras, palluzas, orones, butrinos, roscaderas, cuévanos o barrederas, entre otros objetos; sirviendo para complementar la economía doméstica y entretener los gélidos días de invierno. A ella se dedicaban estas gentes recias, curtidas por el trabajo y el frío, en un entorno hostil, pero único; en la parte más abrupta de la comarca, rodeados de extraordinarios y productivos bosques, pastos y cultivos pobres de montaña.

Este municipio dispone de extensos pastizales para el ganado lanar y algunos terrenos de regadío para hortalizas. En el secano, encontramos cereales y vid, que se adaptan al rigor climático de esta zona única, arcana y quebrada, donde reina el silencio y la armonía. Un espacio protegido que cuenta con atractivas zonas de esparcimiento y una gran red de senderos y por el cual, además y como contraste, podemos encontrar disgregadas, algunas de las esculturas contemporáneas que forman parte del gran Parque escultórico comarcal al aire libre “Arte y Naturaleza. 

Ni que decir tiene que su carácter rural, le ha permitido mantener costumbres y ritos muy antiguos, así como personalidad diferenciada, que podemos percibir además de en su arquitectura, en su habla, en su potente gastronomía o en sus ritos festivos, como los de la “Ascensión de la Virgen” o los de “San Miguel”, o en romerías, como la que se hace anualmente a la ermita de “Santa Quiteria”, sita en la aldea vecina de Hoya de la Carrasca, en el término de Arcos de las Salinas (Teruel).

  Porque esta villa, de fundación posterior a la conquista cristiana y que perteneció a la Encomienda de Montesa, recibió pobladores de todo el reino de Aragón y sigue manteniendo vínculos entrañables con localidades vecinas como la mencionada, aunque sean de otra provincia. Al fin y al cabo, los apellidos de sus gentes: Tortajada, Barrachina, Azcutia, Belsue o Argiles, nos remiten a procedencias dispares, a distintas culturas y miradas que contribuyen a enriquecer la esencia de un territorio que hay que recorrer con calma, para deleitarse. Que sirva, como diría Pessoa: “para intentar percibir como quien mira y pensar como quien anda, morder la tierra y sentirle el sabor”.