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Casas Altas. El ancestral santuario de la fecundidad.

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Todavía conserva en esta tierra antigua piedras y costumbres que se pierden en el principio de los tiempos. Uno de éstos sería la simbólica “Plantada del Chopo”, que también sobrevive en otra población vecina: Castielfabib, y que antaño se daba en todos los pueblos de ésta comarca. Una celebración enigmática, equinoccial, parece que de iniciación, en la que los mozos, en la época de la fertilidad, en primavera, erigen, en la plaza del pueblo, junto al campanario, un chopo o álamo blanco de las riberas del Turia. El árbol, atávico símbolo fálico, por su verticalidad y frondosidad, permanecerá erguido hasta la luna llena de agosto, cuando se recoge la cosecha. Y será quien presida los bailes y las danzas, todos los festejos, pues, como la cruz, también es un símbolo de ascensión, de cambio de nivel, de centro. En las “Enramadas”, en las navidades o en “San Antón”, se empleará el árbol; festividades solsticiales de invierno. Entonces arderán para dar calor y energía, en un fuego regenerador y fecundante, también símbolo de pasión y resurrección.

Pero esta población, que tuvo el nombre de “Casas del Río Altas”, no solo conserva unos ritos agrarios únicos, sino que ha tenido la sabiduría de atesorar además un patrimonio natural y material muy importante. Así, en cuanto al primero, podemos citar las masas boscosas de parajes como la “Umbría Negra” y “El Pinar”; o alturas como “La Muela” o “El Gazapo”, donde se divisan panorámicas de la comarca sorprendentes. Territorios de montañas abruptos que contrasta con la fértil vega del Turia, con su abundante y frondosa vegetación de ribera. Numerosas sendas recorren todo esta zona de gran biodiversidad, entre peñascos o jugosos torrentes, y nos permiten caminar, en silencio, olvidándonos del tiempo, entre barracas, puentes y corralizas, como los robustos pastores.

En la parte más abrupta destacarían los abundantes elementos de piedra en seco, como las barracas de pastor y en la parte baja, el importantísimo entramado hídrico, que parte de manantiales como el “Nacimiento de la Balsa”, que abastece de agua a la población. Otros serían el de “Bellido”, el de “Los Inarejos, “El Piojo” y “El Hontanar”, la fuente del “Tío Zapata”, los aljibes de “La Ferriza” y de la “pista del Pinar” o las “Clochas” que son oquedades naturales en las rocas situadas en el barranco de “La Fresnera”. Hay que destacar también el conjunto recreativo de “El Tornajo”, un auténtico abrevadero convertido en fuente de dos caños, o los lavaderos de la poza y del molino, entre otros, que conforman un recorrido interesantísimo por un territorio donde aflora la diversidad, pudiendo encontrar desde cuevas prehistóricas a refugios de la guerra civil; desde pilones o casilicios de ladrillo en el “Calvario” o “Vía Crucis” local, con interesantes cerámicas que aluden a los “Siete Dolores”, a numerosas esculturas contemporáneas que pertenecen al gran Parque escultórico comarcal «Arte y Naturaleza».

Así mismo hay que reseñar la singularidad de la propia arquitectura popular y edificios como la iglesia de la “Santísima Trinidad”, construida sobre una antigua ermita con armoniosa espadaña, la “Casa Consistorial” o las “Escuelas Nacionales”. Pero además, en Casas Altas, se levantan espacios de gran valor etnográfico como los Centros de Interpretación “Homo Faber” y “Museo del Pan”. En el primero se explican, basándose en un prestigioso trabajo de la Universidad Politécnica de Valencia, la arquitectura preindustrial de la zona y sus usos. El segundo forma parte de esa red de espacios musealizados que recorren todo el Territorio Museo y nos muestra las formas de vida de antaño. En este antiguo Horno, restaurado en 2007, podemos visualizar, en un recorrido evocador, todo el proceso que va desde la siembra del trigo, hasta el horneo. Los panes, las tortas, los dulces, ya no son reales, pero son eficaces réplicas que nos rememoran una forma de hacer, un tacto, unos sonidos, unos olores y unos sabores entrañables, que pasaron de generación en generación, para alimentar todos sus sueños. Un lugar, pues, donde el fuego, como el agua, aviva la memoria y nos permite hacer realidad ese viaje hacia el pasado, hacia nosotros mismos. 

Dentro de su rica gastronomía de interior,  también podemos destacar, junto al pan “regañao”, las gachas, las migas, el arroz “empedrao”, las almortas, la carne de membrillo, las manzanas o los pínganos recién horneados.

En Casas Altas todo nos conduce al origen, todo es original. Aquí podemos coger el pulso del tiempo y así caminar hacia el futuro, con ritmo acompasado, armoniosamente, en el sentido adeucado. Porque cuando el pasado se dibuja en el presente, siempre se desvela el porvenir. Aquí, la memoria se refleja, como la luna, en la fecunda agua del Turia, la misma corriente que riega esos árboles albos con los que estas gentes tenaces cultivan su memoria.